jueves, marzo 28, 2013

El pañuelo de mi padre

Ilustración de Sonja Wimmer, en El baúl que no tenía mi abuela

Texto ejemplo de descripción a partir de un objeto, con elementos narrativos:


Uno de los objetos que mejor recuerdo de mi infancia es el pañuelo de mi padre, grande, arrugado y con un olor entre dulzón y metálico. Si hay algo que me permite retrotraerme al pasado, con sus olores e imágenes, cual magdalena de Proust, es cualquier pañuelo de tela beige, con listas marrones, parecido al de mi padre. Me veo en bicicleta con él conduciendo, yo atrás en el portamaletas, sin casco ni protecciones, que no eran necesarios porque su pañuelo tenía el don de curar la angustia de cualquier herida y borrar el desconsuelo de cualquier lágrima. Recuerdo una rozadura en la rodilla al bajarme de la bicicleta y el abrigo de ese pañuelo, que salía inesperadamente del bolsillo del pantalón de mi padre y que era como un abrazo que eliminara de golpe la hiel del dolor. Me gusta especialmente esta imagen de los dos en la bicicleta por ser una de las pocas en las que aparecemos sólo él y yo, inusual en una familia numerosa con cinco hermanos.

Mi padre era un hombre joven entonces, que me llevaba a su trabajo, donde bromeaban conmigo sus compañeros. Allí estaba Mateo, el municipal, tan serio y formal, con su uniforme y su fama entre los niños de duro agente que requisaba las pelotas y balones de los que se atrevían a alterar con sus juegos el orden de las calles. Allí estaba, con sus manos encalladas sosteniendo con mimo un puro casi acabado, sonriendo burlón y tierno a aquella niña....También había allí, entre el olor a legajos, rancio y oficial, una especie de falsos caballeros medievales que daban un aspecto tenebroso al lugar, o eso me parece recordar...Aunque a mí no podían hacerme nada, pues iba de la mano de mi padre, entonces me parecieron temibles e imponentes armaduras, pero con el andar del tiempo, una vez sin vida el antiguo Ayuntamiento y cedido ocasionalmente a los jóvenes del pueblo para alguna fiesta navideña, me daría cuenta, al pisar de nuevo aquel edificio ruinoso, de que eran pequeños y ridículos muñecos enlatados, caricaturas de lo que en otro tiempo fueron en la mente de una niña.
También guardo en mi memoria retazos de visitas a tiendas de ultramarinos, donde él iba a hacer cualquier gestión que a mí se me antojaba importante, a juzgar por lo bien que consideraban a su pequeña acompañante, a la que agasajaban aquí con unos esperados caramelos, allí con unos no tan agradables pellizcos en los mofletes o unos besos sonoros y apretados... En una de esas tiendas me compró una cestita de rafia verde festoneada de blanco en los bordes. En ella fui guardando, creyéndolos a salvo, los sabores y olores del cariño de aquel tiempo. Y ahí permanecen desde entonces.



1 comentario:

telefono segundamano dijo...

Me mori de amor!
es muy tierna y profunda esta publicacion
Muchas gracias por compartirla
besos